Nuestras vidas, inevitablemente han cambiado. Sin ir más lejos, nuestras voces, más concretamente mi voz, la última vez que la escuchaste, aquel 2 de mayo de 2020, estaba en una realidad completamente diferente a la que hoy tienes a tu alrededor.
España, por aquel entonces, empezaba a conocer cuales era los planes para la desescalada y, ahora, escuchas esto con un país desescalado y un mundo con un contador que no ha dejado en ningún momento de seguir subiendo.
Para aquellos que éramos unos fanáticos del ‘compartir es vivir’, nos hemos visto inevitablemente abocados a una realidad simplista, individualista, recelosa y desconfiada, o tal vez, pecadora de exceso de confianza, dependiendo de cómo lo mires.
Al principio de esto, extremábamos las precauciones: desinfección, distancia, mascarillas, franjas horarias… Ahora, atrás quedó eso. Las playas vuelven a abarrotarse, las verbenas parecen ser que van a volver a bailarse y las bodas, entre otras muchas cosas, a celebrarse.
Hemos pasado de una crisis sanitaria, ya olvidada, a una crisis económica. Mario Viciosa, periodista de Newtral.es, tras una entrevista del Ministro de Sanidad, Salvador Illa, afirmaba que el virus, tal y como había declarado el ministro, no es que siguiese vivo, sino que el virus éramos nosotros.
La realidad, el devenir, la humanidad, nos ha empujado a una vida un tanto incomprensible. Yo, sin ir más lejos, formo parte de esos casos que sin quererlo contribuimos a sumar un caso más de COVID 19. He tenido que trasladar una oficina ubicada en las nubes (Por supuesto, para mi, cualquier rincón de Madrid es el cielo). He trasladado la oficina, hemos obligado a practicar la docencia online, a teletrabajar a todas aquellas personas que nunca en su vida se habían encontrado en esa disyuntiva sobre trabajar desde casa o no.
Y lo decía hace tiempo y no me cansaré nunca de decirlo: esta pandemia nos ha obligado a vivir algo que siempre deseamos, pero realmente nunca quisimos.
Porque a los españoles nos gusta vivir amar, sentir, celebrar, tocarse… Somos mediterráneos, latinos, cálidos, tocones. Somos de abrazos, besos, caricias y risas, y aunque todo esto se puede llevar más o menos bien a través de una pantalla, nunca conseguirá remplazar la realidad.
El futuro que nos depara esta vida es incierto. Reinventarse o morir, decían. Pero, ¿dónde está el futuro de aquellos que empezaban a construirlo?
Madrid, como en todas sus batallas, conseguirá reponerse. Madrid, va a reponerse. Porqué ella es así. La Diosa Cibeles eligió una buena ciudad para quedarse a pasar su infinita vida.
Volverá el Rastro, el vermut de antes o después, dependiendo de la resaca que tengas y de cómo haya ido tu sábado noche por cualquier garito de Huertas.
Volverá el barullo de Bernabéu, la previa, las bengalas y los cantos de los hinchas.
Volverán las colas de Gran Vía, los rockeros cerca de Montera y las premies de Callao.
Volveremos a sentarnos en la Puerta del Sol para seguir reivindicando aquello del Black Live matter.
Volverán los cambios de Guardia del Palacio Real, los bailes en los tablaos flamencos para aquellos que vienen a conocernos, y la cabra de la Plaza Mayor.
Volverá Madrid, volverá su esencia.
Volveremos nosotros, su esencia verdadera. Los que vamos y venimos, lo que crecemos con ella y sufrimos cuando la vimos en los telediarios. Los que disimulamos la lagrimilla, cuando Madrid no podía más y, paradojas de la vida, no había nadie al volante para levantarla. Y es que el papel de los políticos también pasará a la historia en esta pandemia, donde ahora, más que nunca, y parafraseando a Mónica Carillo, todo esto ha demostrado la importancia del liderazgo en tiempos de crisis.
Volverá Madrid, volveremos nosotros, volverás tu y, por supuesto, volverá ella.
About The Author
Vicent Bañuls
AntiGramer, PerioArtista, intensito, alto y content copywriter.